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El aumento de la prevalencia de la enfermedad de Alzheimer, muy ligado al incremento en la esperanza de vida, se ha convertido en un grave problema que trasciende al ámbito sanitario, ya que la dependencia que genera no afecta solo al enfermo, sino a todo su entorno, y ha llegado a convertirse en un verdadero problema social.
La enfermedad de Alzheimer es un trastorno neurodegenerativo, aún sin cura, que se relaciona directamente con la pérdida de las sinapsis neuronales debido a una acumulación de placas de una sustancia proteica, el péptido beta amiloide, que produce graves alteraciones en los circuitos neuronales y en la morfología cerebral.
Debemos tener en cuenta que, aunque es cierto que se puede tener una cierta predisposición genética a desarrollar la enfermedad de Alzheimer, los científicos sostienen que sólo en un 5% de los casos es un factor determinante (Alzheimer familiar). En realidad, tiene mucha más importancia la epigenética que la genética. Y ¿qué es la epigenética? Pues nada más y nada menos que la influencia que tiene el medio en que nos desarrollamos sobre la expresión de los genes que portamos en nuestro ADN. Es decir, si tenemos dos organismos genéticamente iguales, las condiciones en que se desarrolle cada uno de ellos hará que se manifiesten o no aquellas características que están impresas por igual en los genes de ambos.
Lo que me gustaría dejar claro con este artículo es que unos hábitos de vida saludables pueden prevenir, aunque desgraciadamente no evitar al cien por cien, tanto el Alzheimer como muchas otras enfermedades, tanto si estamos genéticamente predispuestos a ellas como si no. Entre estos hábitos se encuentra una alimentación sana y equilibrada, donde parece que cobran importancia tanto el tipo de alimentos como la cantidad de ellos que ingiramos. Vamos a verlo:
1) Nutrientes de la dieta.
Se ha comprobado que las personas que padecen Alzheimer tienen unos niveles de ciertos nutrientes como ácidos grasos omega 3 y vitaminas del grupo B menores de lo habitual, lo cual no quiere decir que su administración en forma de suplementos pueda revertir la enfermedad.
Aunque una dieta rica en grasas favorece la aparición de la enfermedad de Alzheimer (es esencial por tanto mantener en valores saludables los niveles de colesterol y triglicéridos), una cantidad adecuada de ácidos grasos omega 3 (en pescados azules, frutos secos, aceite de oliva,...) y de vitaminas B1, B6 y B12 (presentes en carnes, lácteos, huevos y granos integrales) ayudan a mantener la integridad estructural de las neuronas.
Todas las sustancias antioxidantes que encontramos en verduras y frutas frescas, té verde, vino tinto, etc contribuyen también, al luchar contra los radicales libres, a retrasar los factores que desencadenan la enfermedad de Alzheimer.
Otras investigaciones están haciendo avances importantes centrándose en la melatonina, que es la hormona que regula el sueño y los ritmos circadianos. Así, han demostrado que una cantidad adecuada de esta hormona, que producimos de forma natural en nuestro organismo, inhibiría la formación y acumulación de las placas beta amiloides que desencadenan la enfermedad, aunque no sería capaz de eliminar las que ya existan. Períodos prolongados de falta de sueño por cualquier motivo van reduciendo la producción de esta hormona, con lo que el efecto protector se pierde. Alimentos que ayudan a la producción de melatonina son los ricos en triptófano como la leche, los huevos, los frutos secos, las legumbres y frutas como el plátano, la piña y el aguacate.
Como ves, llegamos a la conclusión esperada: la mejor dieta para prevenir el Alzheimer, como tantas otras enfermedades, es nuestra muy nombrada y loada, pero cada vez menos seguida, dieta mediterránea, rica en verduras y frutas frescas, aceite de oliva y pescados azules.
2) Calorías de la dieta
Un aspecto interesante es el que han publicado los investigadores de la Facultad de Medicina de Monte Sinaí en Nueva York, según los cuales una dieta hipocalórica y con bajo contenido de hidratos de carbono reduce la formación de la placa de péptido beta amiloide. Es más, parece ser que la restricción de calorías en la dieta favorece la expresión de la proteína SIRT1, responsable tanto del control de la producción de las placas beta amiloides como de un retraso en el envejecimiento general del organismo, alargando la esperanza de vida.
Investigaciones recientes van más allá y hablan de que no sólo la restricción calórica (sin llegar a la desnutrición, claro) es positiva, sino que una moderada sensación de hambre mantiene unos niveles de ghrelina (la hormona que transmite la sensación de hambre al cerebro) que limitan la acumulación de las placas beta amiloides. Esto aún ha sido demostrado sólo en ratones, pero las investigaciones avanzan a buen ritmo.
Como conclusión, deberíamos comer de una manera sana y además frugal (algo a lo que no estamos muy acostumbrados), dormir lo suficiente y mantenernos activos física e intelectualmente para intentar en lo posible alejarnos de la que se ha convertido en compañera de por vida de muchos de nuestros mayores: "la enfermedad del olvido".
¿No te parece razón suficiente para cambiar de hábitos hoy mismo?
Investigaciones recientes van más allá y hablan de que no sólo la restricción calórica (sin llegar a la desnutrición, claro) es positiva, sino que una moderada sensación de hambre mantiene unos niveles de ghrelina (la hormona que transmite la sensación de hambre al cerebro) que limitan la acumulación de las placas beta amiloides. Esto aún ha sido demostrado sólo en ratones, pero las investigaciones avanzan a buen ritmo.
Como conclusión, deberíamos comer de una manera sana y además frugal (algo a lo que no estamos muy acostumbrados), dormir lo suficiente y mantenernos activos física e intelectualmente para intentar en lo posible alejarnos de la que se ha convertido en compañera de por vida de muchos de nuestros mayores: "la enfermedad del olvido".
¿No te parece razón suficiente para cambiar de hábitos hoy mismo?
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