Desde el Neolítico, cuando el hombre pasó de una vida nómada a sedentaria y se convirtió en agricultor y ganadero, la sal adquirió un valor muy importante, primero como conservante de los alimentos y más tarde como condimento. Ya en la época de los romanos era un producto muy preciado, tanto es así que los soldados recibían parte de su paga en sal (de aquí deriva la palabra "salario"), los griegos intercambiaban esclavos por sal y, en la Edad Media, los señores feudales se hicieron con el control de las salinas imponiendo elevados impuestos a su uso, que era imprescindible para conservar carnes y pescados.
Esta relevancia se refleja incluso en el lenguaje y, así, a una persona con gracia la llamamos "salada" o decimos que "tiene salero"y, en caso contrario, la tildamos de "sosa". Y ¿qué decimos de lo que nos alegra, es agradable o estimulante? Claro, que es ¡la sal de la vida!...
La sal ha venido a convertirse en un ingrediente imprescindible de nuestros platos y del que abusamos en muchas ocasiones con el riesgo cardiovascular que ello conlleva. Pero hoy vamos a aprender cómo podemos saborear la vida sin necesidad de tanta sal ¿Te apuntas?
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